domingo, 3 de febrero de 2008

COCINANDO SUEÑOS



No sé si este aburrimiento extremo que supera de lejos el chupar clavos oxidados, me ha llevado a soñar con rumas de zanahorias y condimentos. Suena quizás a un escenario un tanto surrealista, pero a lo que voy es que habíamos acordado en casa que hoy almorzaríamos un suculento asado y que yo, quien por estos días anda más libre que conejo suelto en pampa, debía prepararlo. Debo asumir en parte mi culpa y dejar de quejarme, la semana pasada incursioné en la cocina y, sumergida en un menjurje de condimentos elegidos al azar, logré seducir de golpe a los paladares más exigentes de este hogar.

Ahora el cocinar se ha convertido de repente y, extrañamente, en un imán que me tiene un tanto obsesionada, que me ha llevado incluso a empezar a marcar mi territorio. Por ejemplo, ahora tengo un mandil rojo colgado en la entrada a la cocina, que solo puedo usar yo, y que al colocármelo provoca una repentina transformación en mí, aún no sé si sea buena o mala. Me descubro de pronto sujetando, como poseída por el demonio de la gula, botellas de hojitas secas, de aceite de oliva extra virgen, de ajos y verduras, huelo las hojas de albahaca, toqueteo los tomates para sentir si están en el punto exacto de madurez, afilo un juego de cuchillos – porque es obvio que ya tengo un afilador bastante efectivo – extraigo de las fauces de la fiera gélida cortes de carne, de pescado, pollo, verduras, atados de espinaca, hongos y mucho más, y manos a la obra. El mejor plato hasta ahora, no puede negarlo mi pequeñísima audiencia y no por eso menos exigente, es el salmón con ramas de dill ahogado en una generosa piscina de Chardonay. No sé hasta hora como hicieron para ocultar los dientes que perdieron al sentir el rosado pescado deshaciéndose, delicadamente, en sus bocas.

Pero ahora viene el problema y el problema con esta nueva afición mía es que me persigue más allá de la realidad. Sí, se va conmigo a dormir, me acecha en sueños. A veces pienso que uno de estos días voy a despertar embadurnada en tomillo, ajos y vino, lista para ser horneada por una suerte de gigante. O quizás con el mandil pegado como un sticker al cuerpo, tatuado y sin nada que pueda quitármelo.

Y hoy terminé de asustarme. Desde hace tres días, sueño con el plato que estoy a punto de preparar. Hoy, por ejemplo, planeo preparar un sabrosísimo asado, a pedido de mi padre, y unas horas antes ya lo había cocinado. Es como medio premonitorio, nunca antes hice un asado, pero despierto sabiendo como hacerlo. Esta vez soñé que estaba en un concurso gastronómico, pelaba cebollas, le hacia hoyos profundos al corte de carne para rellenarlo de trozos frescos de zanahorias, pelaba y cortaba zanahorias, eran rumas, y mientras cocinaba, por cierto, coqueteaba también con uno de mis fornidos contrincantes, quien me observaba mientras preparaba su propia y original versión del asado – lastima que cuando despierto lo único que tengo entre las manos es mi almohada y como observadoras a tres pálidas palmeras. Sé que suena ridículo pero no deja de asustarme un poco, quiero recuperar mis sueños, esa irrealidad que me despega de todo lo convencional y no dejar de insistir en la posibilidad de volar dormida, en lugar de picar zanahorias para todo un ejército. No sé si preparando al pie de la letra todo lo que viví en los brazos de Morfeo logre exorcizar y escapar de esta obsesión culinaria que me gusta mucho pero que ha cruzado los límites de mi espacio vital. Debo probarlo, aunque creo honestamente que las fresas con asado solo sumaran a mi novísimo curriculum culinario un tremendo fiasco.

Manos a la obra, el aceite burbujea ya y el asado acribillado por trozos de frescas zanahorias exige convertirse ahora mismo en el gran protagonista de ma petite cuisine.

A los valientes, les dejo la receta…

Asado dormido en cama de fresas

- Carne

- Cebollas

- Tomates

- Zanahorias

- Tomillo

- Orégano

- Ajos

- Fresas a discreción – eso fue lo que soñé y eso mismo pienso hacer.

Preparación:

-Mezclar todo con los ojos bien cerrados…