Hasta hoy no les he hablado de la oscuridad y de lo mucho que me aterra esa pared negra, infinita, que nos vuelve vulnerables a todo. Odio los apagones, odio el silencio que trae consigo la boca de lobo de la noche, odio el chillido leve que siento en el oído, ese sonido leve que de inmediato anuncia que algo puede suceder. No ver más allá de mis narices me asusta, y me atemoriza mucho más no poder atravesar las entrañas de la oscuridad con un rayo de luz. Así sea con la debilidad de una vela o con la fortaleza de una linterna cargada de baterías nuevas.
Quizás por eso me asusta la ceguera y comprendo como el temor a ella puede llegar en convertirse a la vez en una suerte de aversión. No sé por qué caló tanto en mí el Informe sobre ciegos de Ernesto Sábato, ese tratado aparte dentro de Sobre Héroes y tumbas, en el cual los ciegos son en resumen una secta, un grupo de seres abominables. No es que piense esto de los invidentes, para nada, pero debo confesar que la oscuridad y la ceguera, son para mi lo mismo, la primera es quizás un paréntesis de la segunda, un experimento macabro creado para introducirnos a un mundo de horror, de inseguridad, de fragilidad absoluta.
Recuerdo pasajes del libro de Sábato como este: “…Y así, paulatinamente, con una fuerza tan grande y paradojal como la que en las pesadillas nos hacen marchar hacia el horror, fui penetrando en las regiones prohibidas donde empieza a reinar la oscuridad metafísica, vislumbrando aquí y allá, al comienzo indistintamente, como fugitivos y equívocos fantasmas, luego con mayor y aterradora precisión, todo un mundo de seres abominables.”
Y recuerdo otros más. A papá le gustaba contarnos cuentos de terror en la más absoluta oscuridad, privándonos de la posibilidad de volver a la luz con el simple ejercicio de presión del interruptor. Papá bajaba la luz general y eso nos gustaba, las historias así sonaban mejor, nos asustaban más, a mí me partían de miedo. Esa era una oscuridad lúdica, pero oscuridad al fin y al cabo. No trato de decir que cargo con un trauma que busco ahora exteriorizar, solo quiero evidenciar mi primer contacto con la nada pintada de negro. Desde entonces nos reconocimos como enemigos eternos.
Han pasado más de treinta años y la aversión se mantiene. Apagar la luz antes de dormir me asusta, pero hoy el cansancio se ha convertido en ese haz de luz que atraviesa la oscuridad. Antes de rescatar mis más negros temores, quedo sumida en un sueño profundo, que no me conduce hacia las pesadillas sino a la amnesia absoluta, esa nada que devora mis recuerdos revividos, claro, reeditados.
Apagar la luz a solas hasta hoy me genera un cosquilleo leve en la panza. No encontrar fósforos se traduce en un sudor frío en la frente. Recorrer los oscuros pasillos de un edificio puede acabar por agarrotarme los músculos. Y la oscuridad en la playa, esa oscuridad si que logra devolverme a ese temor primigenio, a ese miedo de mi infancia, a ese terror color muerte del cual hasta hoy no logro desligarme. Buenas noches y esta vez, por supuesto, dormiré con la luz encendida.
“..... Mi conclusión es obvia: sigue gobernando el Príncipe de las Tinieblas. Y ese gobierno se hace mediante la Secta Sagrada de los Ciegos. Es tan claro todo que casi me pondría a reír si no me poseyera el pavor.” (Sobre héroes y tumbas – Ernesto Sábato)
Les dejo Darklands de The Jesus and Mary chain...