viernes, 30 de noviembre de 2007

SI NACISTE PA' "METETE", DEL CIELO TE CAEN LAS PEPAS



No sé como sucedió pero estoy en medio de un operativo policial. Mis jefes me enviaron a cubrir una redada antiprostitución y lo único que sé de este tipo de comisiones es que ooooodian a las personas que graban y yo R., desafiando a mis nervios, me descubro corriendo con una cámara inmensa en el hombro.


Calle Chancay, Centro de Lima, un día de invierno, 8 de la noche. Un policía entra por la fuerza a un local, a un bulin a media luz; lo siguen muy de cerca dos compañeros más y el cuarto oficial me susurra al oído: No te despegues de nosotros flaquita, estas chicas son bravas. Tú solo diles que vienes con nosotros. De pronto me detengo y me quedo observando como los ardorosos visitantes huyen raudamente por las ventanas, se descuelgan con los pantalones entreabiertos. Marcas de labial rojaxxxs saltan a la vista. La escena me parece divertida, los sigo con la mirada y reacciono cuando una voz algo consternada me grita: ¡Que mierda grabas cuatro ojos!


¡Demonios!, he perdido de vista al grupo de policías, estoy sola en medio de un lugar oscuro escondido entre la penumbra de Lima. El olor a orina asciende por mis fosas nasales, llega a mi pituitaria y las arcadas no tardan en aparecer así como tampoco tardan los insultos:

¡Oye! Deja de grabar cuatro ojos, cuatro ojos de mierda, vas a ver lo que te va a pasar…


Me arrepiento de haber llevado los lentes, siento que les molesta más que sea corta de vista que sentirse descubiertas por el visor de mi cámara. Estoy invadiendo su privacidad, ¿Qué hago metida aquí?. Las taquicardias, esta de más decirlo, hace rato que tomaron por asalto mi tórax. Les miento entonces:


-No, señora, no las estoy grabando a ustedes, grabo el lugar que es precario y que no está en buenas condiciones. A ustedes no señoras, el lugar, el lugar, ¿Y si ocurre un terremoto?, digo apelando a sus más recónditas fobias


De pronto la respuesta llega volando y es en forma de botella de Inka Kola vacía… felizmente es de plástico. Es obvio, no les convenció mi argumento, yo tampoco lo hubiera creído. Corro por un pasillo para ver si encuentro a los policías, veo una puerta entreabierta, hay luz dentro, pienso que de seguro están ahí, entro enseguida, jadeando, algo desesperada, algo aterrada y me topo con una gorda inmensa, realmente GRANDE, y encima la interrumpo. Su visitante, su ingreso del día, huye despavorido por la ventana al verme.


¡Sal de aquí mierda! ¡Qué te pasa!


Y la gorda sudorosa, algo hedionda y vestida con unas mallas rosadas que no logran disimular ni un ápice de su exuberante anatomía (aunque crea ella lo contrario) grita con toda la fuerza que podría cargar dentro Jabba the Hutt.


-Señora (le respondo aterrada), pero yo no le estoy haciendo nada. Bajo la cámara de inmediato. No grite por favor.

-¡Auxilioooooooooooooooooooo! Vas a ver cuatro ojos!!!


Salgo corriendo de esa habitación. Ya podia verme tumbada en el piso, linchada por un grupo de damas sesentonas, de medias raídas, gritando al unísono ¡Sangreeeeeeee!


Me concentro en mi escape. El pasillo me conduce a un patio oscuro, hay charcos de agua malolientes por todas partes y ni rastro de los policías. Si nunca aparecen cuando más se les necesita, no sé que estaba esperando, o sí, esperaba que me salvaran de ser abollada por un grupo de descontroladas damas de la noche alegre. Súbitamente, se enciende una luz y me doy cuenta que estoy rodeada por todas esas mujeres que vuelven a gritar: Vas a ver lo que les pasa a las que entran aquí con cámaras, vas a ver cuatro ojos...


Solo veo siluetas en contraluz, no distingo rostros, y de pronto soy violentamente atacada por una lluvia de pepas de palta. Sí, ¡pepas de paltaaaaaa! macizas, secas, duras. Me cubro los cuatro ojos, mi cámara y escapo encogida por el pasillo. Llego a la puerta de la calle y un grupo de solidarios y recurrentes visitantes de la pandilla de pellejudas pintarrajeadas me rodea.

¡Déjelas en paz! ¡Lárguese!

Una vez más vuelvo a ser atacada. Esta vez ya no son pepas de palta; son botellas plásticas de Inka Kola rellenas hasta la mitad de una agüita amarilla que no es, ciertamente, agua gaseosa con colorantes. No, es la agüita amarilla de ese grupo de ardorosos visitantes, interrumpidos por la intolerante ley, cuando se encontraban envueltos y revueltos con las candorosas lanzadoras de pepas que moran en la calle Chancay(sugerente nombre para tan calenturiento lugar).


Corrí hacia el auto evadiendo las botellas hediondas y repletas de ácido úrico, y salté al asiento trasero. Sí, salí libre de esta aventura cargada de labial barato, sudor e instintos básicos pero no pude evitar entrar a la oficina con un enorme chinchón con sabor y color a aguacate.

martes, 13 de noviembre de 2007

La historia exagerada de Don F. y de "el amigo de don F. que siempre hace escándalos"


Hace unos días tomé un taxi para ir a casa y a mitad de camino el conductor, quizá para buscar un poco de compañía en el trayecto, sintonizó RPP noticias y una voz que venía de las entrañas de la radio anunció, sin anestesia, que una mujer estaba a punto de lanzarse al vacío; suicidarse.

(En la radio) “¡No!! ¡Va a saltar! ¡Por favor no saltes! ¡Alguien haga algo!, ¡no, no…no lo hagas!”.

Mis taquicardias volvieron de golpe y a mil revoluciones por minuto, tenía una suerte de mambo acelerado en el pecho.

(En la radio) “Es una mujer, esta parada en el borde de la ventana, en un cuarto piso, nadie puede detenerla, está llorando, no saltes por favor, no, no lo hagas”.

El taxista conducía temblando, podía percibir el brillo del sudor de sus manos en el timón, estaba casi paralizado y manejaba quizá por inercia.

(En la radio) “Va a saltar, se está descolgando, no, no, se sostiene con una sola mano, lo piensa, noooo,…Saltó (silencio)”.

El taxista frenó de golpe, casi acabo estampada contra el parabrisas y el carro de atrás, por suerte, se detuvo de inmediato, el chirrido fue ensordecedor. El chofer volteó, me quedó mirando, despegó los labios y pudo entonces articular una frase: ¿Por qué no hizo nada? Es porque la muerte les da de comer.

Ese episodio me hizo saltar pero al pasado. INVIERNO DE 1997: Vivía entonces en el piso diez de un edificio en Miraflores, mi vecino era un dipsómano y, de cuando en vez, se convertía en un dipsómano escandaloso, bochinchero; un borracho mata sueño. Recuerdo con detalles la noche previa a la historia que estoy a punto de contarles. Don F. había bebido como de costumbre más de la cuenta y el amigo de don F. que siempre hace escándalos también estaba sediento y cuando digo que el amigo de don F. que siempre hace escándalos estaba sediento, solo trato de decirles que mi insomnio estaba asegurado. Esa noche ambos habían decidido celebrar a codo suelto su alcoholismo. Y yo estaba condenada, esa madrugada, a huir de los brazos de Morfeo. 8:00 AM: Don F. y el amigo de don F. que siempre hace escándalos estaban callados, quizá dormían desparramados en el suelo, tras exprimirle hasta la última gota de vida a esas botellas que habían succionado como un par de exploradores deshidratados.

El ascensor estaba dañado, así que tuve que bajar los diez pisos con toda mi mala noche acuestas. Esta agotadora ruta me obligaba a bordear todo el estacionamiento para poder llegar al fin a la puerta de salida. Cuando me acercaba, casi a rastras, al primer piso, noté un movimiento inusual, extraño, los guardianes entraban y salían y una manta celeste cubría un bulto sin forma tendido en el suelo. El bulto empezó a tomar de a pocos la forma de un hombre y la sangre comenzó a expandirse por el celeste, los primeros rayos de sol hacían brillar el charco de sangre que manchaba el cemento a un lado del cuerpo, alguien había muerto: don F. o el amigo de don F. que siempre hace escándalos. Me acerqué, un poco más, procurando respirar hondo para contener mis taquicardias y darle así un chance a la curiosidad y al morbo: ahí estaban los mocasines marrones de don F., eran sin duda sus zapatos. Quizá el ya lo sabía, ya lo tenía planeado y por eso disfrutó a grito pelado su última noche. Rufino, el guardián del edificio, me contó que durante la madrugada Don F. y el amigo de don F. que siempre hace escándalos estuvieron balanceándose de la ventana, jugando como dos niños, ebrios a morir, felices, sin contar que diez largos pisos los apartaban del cemento.

Sí, así empezó mi mañana, con don F. reducido a un bulto bañado en sangre, con la cara de horror de los vecinos, con la imagen de el amigo de don F. que siempre hace escándalos observando pálido la escena desde el décimo piso y con las taquicardias multiplicándose minuto tras minuto.

No hubo más ruido ni bochinche ni la sensación de compañía aunque extraña, que sentía cada vez que don F. bebía y gritaba; gritaba y bebía. No supe nada más de el amigo de don F. que siempre hace escándalos. No lo volví a ver. Y a ese edificio tampoco regrese. La verdad es que huí de él para buscar un poco de sosiego, para respirar distinto y heme aquí, en esta turbadora guarida, en este nido de violentas palpitaciones, donde ha sido muy fácil para el azar encontrarme.