sábado, 6 de septiembre de 2008

Mi problema con las hormigas




Una termita acaba de aterrizar en mi hombro. Acabo de tirar el Mouse al suelo, he pegado un brinco que podría clasificar para las olimpiadas y ahora con los lentes puestos, trato de detectar en que viga de madera, estos bichos gigantes le dan rienda suelta a la gula.

M. se ríe, dice que estoy loca, es una compañera del trabajo que se toma las cosas con calma. Le digo que estoy segura que desde allá arriba, desde el techo, las visitantes nos observan. Vuelvo a mi máquina. Y otra paracaidista vuelve a caer, como si hubiera estado esperando mi regreso. Aterriza en mi escritorio, considero que es demasiado, claro, y salgo corriendo a la puerta y me topo con mi jefe.


-¿Qué pasa R.?, sonríe al ver mi cara.

-Jefe hay termitas, termitas comiéndose el techo de la oficina, no puedo trabajar acá ¿Llamemos a un exterminador?


M. no lo soporta y trata de llamarme a la razón.


-R. exagera, solo cayeron dos. No sabemos de donde vienen, salvo que si las visitantes han de practicar caída libre ven como zona segura de aterrizaje el cuerpo de R. – M. vuelve a reír.


Salgo de la oficina con mi máquina, total, si ellos pueden vivir con esos bichos que lo hagan, yo no. Entonces observo en el techo una hilera de termitas andando en fila india, me pregunto hacia donde van, si pretenden perseguirme y qué plan se traen entre patas.


-Miren, allá arriba, allí están.


El jefe y M. levantan la vista y concluyen, por fin, que a lo mejor si sería bueno llamar a un “matatodo” y entonces, por supuesto, otra termita suicida cae esta vez en mi cara.


-¡Ahhhhhhh!


Corro por el pasillo para quitármela de encima. Y ahora estoy convencida que sí, por alguna razón, yo R. soy un imán de termitas.


Si no lo dije antes, ahora debe resultar evidente: tengo un problema con las hormigas, me aterran profundamente. Se imaginarán lo que me sucede con las termitas. Y ahora que lo pienso, no sé por qué en casa, cada cierto tiempo, una de ellas encuentra fascinante dar vueltas por mi cuarto y poner por un instante mi vida de cabeza. Creo que esto tiene que ver con un recuerdo que tengo fresco, fresquísimo y el cual plasmé en un texto que escribí hace un buen tiempo.


No sé desde cuándo ni por qué pero me asustan las hormigas. Me imagino que mientras duermo profundamente, mientras sueño, este grupo de animalitos diminutos hacen de las suyas, con patitas de gallo se impulsan para subir, ellas pretenden, lo sé, escalar mi cuerpo, y comienzan por conquistar la primera cima, mi pie, el mero pulgar.


Luego no conformes con ganar esa nimia batalla, a paso de hormiga continúan con su trayecto hasta llegar a mis rodillas, en fila india van subiendo primero dos, luego tres, cuatro, diez, veinte y siguen viniendo más. Las hormigas alpinistas trepan ahora por mi short, tambalean, la suave respiración las marea un poco, para ellas es como el vaivén de un barco en altamar (no hay gravol para hormigas) siguen a paso ligero, ligerísimo, enrumban ahora hacia mi panza. La jefa mueve sus antenitas y decide llevar a la tropa color chocolate hacia el norte.


Pero de pronto deciden desviarse por mi brazo derecho, unos montículos un poco altos, bastante raros para ellas, ubicados en el centro de ese paisaje cutáneo y agreste, les impiden mirar más allá, mejor optar por lo seguro: los brazos. Uno, dos, repiten al unísono, tres, cuatro. Llegan a mi cuello, otra vez patitas de gallo para conquistar mi mentón, se acercan sigilosamente a mi boca, siento un cosquilleo, abro los ojos, parpadeo, ellas mueven confundidas esos cientos de antenitas, quizá tratando de decodificar que tipo de fieros bichos pueden ser mis ojos, repletos por todo lados de patitas pestañas. Las sacudo de mi cuerpo desesperada, ignoro todo lo que han sufrido para llegar hasta el final. Un escalofrío recorre de golpe mi espalda, las siento por todos lados, en cada rincón.


Todo esto imagino cada vez que me topo con uno de esos bichitos caminando por el suelo. Al margen de soñar despierta al verlas, está también el recuerdo que tengo de algo que nunca sucedió, pero que siento tan real que solo ese episodio ficticio instalado en mi memoria, y que estoy a punto de narrarles, ha sido capaz de desarrollar en mi una tremenda fobia a las hormigas. Tengo 7 años, me alisto para ir al colegio, por alguna razón tengo la pierna izquierda bañada en azúcar y cientos, miles de hormigas panzonas y hambrientas trepan desesperadas para comer toda esa miel y terminan mordisqueándome las rodillas, si me concentró puedo incluso sentir el dolor que me produjo cada masticada de hormiga, en sus mandíbulas no solo llevaban pequeños granitos de azúcar sino también pequeñísimas, ínfimas partículas de mi piel. Suculento banquete el de esos golosos bichitos.


Al margen de mi imaginación y de los recuerdos inexistentes, como si no fueran suficientes, ahora tengo que lidiar con el cariño que siente mi hermana X. por esos bichejos tragones. Si me topo con una de mis diminutas enemigas en la cocina y tomo un trapo para matarla, mi hermana X. me pide que la deje vivir.

La última vez me salió con que esa hormiguita a la que yo, por supuesto, pretendía aniquilar, siempre merodea la cocina.


-Siempre anda sola, no molesta a nadie, como perdida – le faltó decir desvalida - es como parte de la casa. No la mates, me dijo.


Mire entonces con cierto odio a mi adversaria y cedí al pedido de X.


Ahora limpio la mesa de la cocina, cuidando de no aplastar a la diminuta amiga de mi hermana. Solo espero que ahora no corra la voz a sus compañeras y que pronto una colonia de hormiguitas alpinistas decida mudarse a mi casa, al escuchar de boca de mi privilegiado huésped esta increíble historia, sobre un rincón en Miraflores que se ha convertido en una zona liberada para las marroncitas escaladoras.

Bueno, vuelvo a la cama y trataré de no soñar esta noche, con una inmensa y potente botella de Raid.”


Ahora estoy segura que me entienden. Por supuesto, que las hormigas me aterran, imaginan lo que puedo sentir si una termita aterriza en mi hombro y más aún como me siento ahora que sé que un par de días tendré que viajar a la selva agreste por el trabajo. Voy muerta, eso es todo lo que puede decirles.


Les dejo este video de Charly García, no podría ser otro.




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo no me meto en su hormiguero, que ellas no se metan a mi casa, las reglas claras y todos en su sitio. No hay hormiga que sobreviva en mi cocina. Entiendo tu fobia completamente
L.

Anónimo dijo...

"M. se ríe, dice que estoy loca, es una compañera del trabajo que se toma las cosas con calma. "
M se toma las cosas con calma? Ehh....Lo que sucede es que comparado a tu nivel estresístico, el estrés de M. es un paseo por el parque, una tarde en la playa con Piña Colada más, un atardecer con musiquita de arroyo de background.