domingo, 14 de septiembre de 2008

Sueños tanáticos


Esta ha sido una semana extraña. Al margen de que cada cierto tiempo, como el común de los mortales, pienso en la muerte, debo confesar que esta semana tánatos y su pulsión por la parca me convirtieron en una de sus víctimas. He vivido estos días con el pleno convencimiento de que algo terrible estaba a punto ocurrir.

Ahora, quizás se pregunten, ¿Por qué esa obsesión con la muerte? No tengo una repuesta convincente en realidad. Pero todo comenzó esta semana cuando detecté ciertas señales que el azar insistía en mandarme. Iba a viajar a la selva por cosas del trabajo y una bronquitis repentina me regresó a la cama. Entonces D., un amigo del trabajo, se ofreció a ayudarme: el viajaría a la jungla en mi lugar.

Al día siguiente, la llamada de D. confirmó mis sospechas. Algo tenía que salir mal. Y acá viene la segunda señal. El auto en el que viajaba D. atropelló a un hombre en el camino, a un sujeto que apareció de la nada, en medio de la carretera. D. claro tuvo que volver.

Bronquitis, accidente, que venía después: una llamada de mi jefe.

-R. ¿Y estás bien?
-Sí, estoy mejor
-Bueno, entonces pide una camioneta y viaja a la selva. Es importante.

Sí, debía viajar a Tingo María, tenía que hacerlo, y debo confesar que a estas alturas no cabía duda que el azar me estaba gritando al oído que no viaje, que ni muerta. Mi lado responsable, ese que odio tantas veces, me impulsó a ignorar las señales, a deshacerme de las supersticiones y a sacar un poco de valor de donde sea para partir hacia lo desconocido. No debo ser cobarde, no soy cobarde, repetía una y otra vez este mantra en mi cabeza, no soy cobarde, no lo soy, no quiero viajar.

Vienieron entonces diez largas, larguísimas horas de viaje. Mi cabeza ardía en pensamientos negativos, solo pensaba que un camión invadiría de pronto nuestro carril, que el vacío de los abismos terminaría por devorarnos, que el mal tiempo le jugaría una mala pasada a las llantas, que de buena cara nada. Contaminé en el camino mi cuerpo con una jugosa dosis de adrenalina, el auto patinó, la lluvia y el granizo complicaron la visibilidad, me persigne cada 10 kilómetros, me asusté cada cinco, nos chocamos levemente contra uno de los arcos de contención del camino, sobrevivimos al trayecto. Y, olvidaba un detalle relevante que contribuyó con creces a crear este clima insoportable: la policía. En cada peaje advertían que debíamos tener cuidado con los asaltos y los terrucos. El cocktail era mortífero.

El regreso, el regreso fue igual. Lluvia, granizo, un camión que esta vez sí invadió nuestro carril, la camioneta se dañó, la repararon, pero, finalmente, llegué a salvo a casa. Pensé entonces que al fin iba a poder descontaminar mi cabeza del estrés y de los malos pensamientos. No fue así, claro, nunca es así.

Tuve que viajar de nuevo a los dos días, esta vez en avión, y horas antes de volar solo podía visualizar la estrepitosa caída de la nave. Era inevitable, me había salvado de un viaje por tierra, pero este, si seria el final. Mi insistencia terminaría por arrancarme la vida.

Durante el vuelo pensaba en mi familia, en el dolor, en todo lo que me hubiera gustado hacer, decir, en lo mucho que suelo atormentarme con el futuro, con el tiempo, con las horas, los minutos, con el final. Esta semana, por eso, y muchas cosas más, ha sido extraña, rara, sobretodo, porque he caído en la cuenta que no puedo despejar, ahuyentar de mi cabeza estos sueños tanáticos.

¿Les ha pasado lo mismo?¿Sienten que a veces viven al límite?

Se me ocurre escuchar ahora Sweet dreams de Anniel Lennox.




3 comentarios:

SKS dijo...

pues a mi me ha entrado un miedo a los aviones que me lleva a imaginar que el avion se estrellara contra el suelo, caera al mar o se incendiara.
cuando recien comence a volar seguido, alla por el 2001 pues me encantaba pero ahora despues de tanto volar ya voy pensando en las estadisticas y probabilidades de catastrofe y con cada vuelo siento que me acerco mas al pequenio pero mortal porcentaje de accidentes en avion...
quien diria no? seran los anios?

Anónimo dijo...

Pensé q era la única!! q bueno saber q no estoy sola en mi locura
L.

George dijo...

yo nunca he viejado en avión, ni barco, solo en combi... no es lo mismo, no?