viernes, 1 de junio de 2007

COSA DE LOCOS (PRIMERA PARTE)


Mi vida ha estado marcada de alguna extraña forma por los locos, sí, por los locos de atar. En una pared de mi casa guardo incluso de recuerdo un cuadro, que uno de estos sujetos desquiciados en un ataque de cordura y afecto me regaló, hablo del retrato de una mujer sin cabeza sin piernas y sin brazos que me dio el “El loco Palma”. Por alguna razón, al margen de los prejuicios, ha sido muy sencillo etiquetar a los locos de mi vida, por sus marcadas obsesiones con algún tema mundano. El trasfondo de esta historia es que estos sujetos desgarbados, vestidos de harapos y con los ojos pegados en una realidad paralela, distante, incomprensible, me asustan mucho y creo haber descubierto por qué o, mejor dicho, por quién: El loco Chupitos. Sí, este desequilibrado hombre, necesariamente, me obliga a remontarme al pasado, a mi infancia en Chimbote, a las calles peligrosas de este puerto del norte, que siempre termina despertando en mí sentimientos encontrados.

El loco chupitos formaba parte de la extraña fauna de Chimbote que rondaba las calles del centro de la ciudad. Y ahora que lo pienso, nunca logré descubrir cuál era su nombre, pero créanme que tampoco lo lamento. Lo que viene a mi memoria es la imagen de un personaje delgaducho, de unos veintipico años de edad, con la cara repleta de granos. Una imagen espantosa, horrenda, pero a ratos conmovedora ¿Un hombre loco y con granos podía conmover a alguien? La verdad es que sí, un poco. Ahora sé que en el fondo era un sujeto desamorado, con una anatomía monstruosa, que contradictoriamente no había renunciado al amor y que estaba convencido que si su físico hacia huir a las mujeres, la fuerza bruta y su desequilibrio mental las traerían de vuelta. Pero en fin, yo tendría 9 ó 10 años y el recuerdo que tengo de El loco Chupitos, es el de este personaje de una fealdad extrema, que tenía la aterradora costumbre de perseguir a las mujeres, sin importar su edad, levantarlas en peso y agarrarlas a besos por la fuerza, con todo lo que significaba ser besuqueada por un sujeto, que pedía a gritos un tratamiento intenso con un dermatólogo o al menos, un peeling.

Debo confesar que me salvé de las mañas amatorias de este solitario personaje, gracias a Dios, sí, gracias a que encontré abiertas de par en par las puertas de la iglesia San Carlos y a un corpulento fiel que estaba convencido que al prójimo no se le podía amar por la fuerza. El loco chupitos me persiguió por la plaza de armas de Chimbote, y ahora con alivio puedo decir que me salvé de palpar el abrupto terreno que cubría aquel rostro infame. Ese día recuerdo que lo vi sentado en una banca, solo, mirando el cielo, aturdido seguro por el olor intenso a pescado y perdido en medio del humo naranja de la siderúrgica, humo artificial que fungía de atardecer, quizá pensando en el amor que nunca tuvo y al que no estaba dispuesto a renunciar ni loco. Ese día no pude evitar contemplarlo, había escuchado tantas historias sobre él, lo había visto cargando algunas chicas y sometiéndolas a su recurrente tortura cutánea, que quería ver si lo volvía a hacer.

De pronto, su mirada extraviada encontró la de una niña asustadiza de diez años y de golpe se puso de pie y, quizá intimidado por mi escudriñadora observación, decidió seguirme y pegarme el susto de mi vida. Corrí, corrí como no lo había hecho en mis escasos diez años de vida y corrí para salvarme de esa pesadilla dérmica. Por suerte y, textualmente, gracias a Dios, encontré abiertas las puertas de la iglesia ¡Aleluya! Ese trago amargo no pude pasarlo tan fácil y lo he comprobado ahora, cuando siento la cercanía de un loco o cuando, por una necesidad laboral, tengo que pisar el Larco Herrera. Entonces, para conservar la calma y bajar el ritmo acelerado de mis taquicardias, solo me ayuda el evocar en ese instante la ecuanimidad del discurso de la locura, en el libro de Erasmo de Rótterdam: “…hay otra locura muy distinta que procede de mí, y que por todos es apetecida con la mayor ansiedad. Manifiéstase ordinariamente por cierto alegre extravío de la razón, que a un mismo tiempo libra al alma de angustiosos cuidados y la sumerge en un mar de delicias…”.

4 comentarios:

Tor...tu...ga dijo...

Ahhh...el loco chupitos, como no acordarse de el mi querida R?. Era, para su propio deleite, el terror de las muchachas del centro de Chimbote.
Recuerdo su mirada libidinosa, la sonrisa malefica y esas zapatillas todo-terreno que terminaban para alcanzar a las mas astutas y veloces mujeres de la ciudad. Era que siempre tenia una camiseta roja, o mi memoria me traiciona?
En fin, a veces me pregunto si no fue que simplemente estaba loco, pero de amor, por esas voluptuosas chimbotanas como Alicia (aka. "la nana"). Yo creo que ella si tuvo una desagradable excursion a esa accidentada dermis.

Anónimo dijo...

Me gusto, principalmente el detalle variopinto que usas para describir la particular área cutánea de tu orate...

:)

Anónimo dijo...

R; voy a reproducir algo que estoy convencido te va encantar:"...y me acorde de aquel viejo chiste,ya saben ,el del tipo que va al psiquiatria y le dice:Doctor, mi hermano se ha vuelto loco.Se cree que es una gallina.Y el medico le contesta:Bueno,¿Y porque no hace que le encierren?.Y el tipo le responde:"Lo haria pero necesito los huevos". En fin, yo creo que eso expresa muy bien lo que siento acerca de las relaciones entre las personas.¿Saben? Son completamente irracionales,disparatadas,absurdas y...pero,ah,creo que las seguimos manteniendo porque,ah, la mayor parte de nosotros necesitamos los huevos..."
De repente¡¿no?,en el fondo de nuestras neuronas, estos sean los momentos extinguibles de racionalidad que nos hacen percibir los "estados normales" de los otros que nos asustan.
ON

Anónimo dijo...

No era el loco besitos??