viernes, 23 de mayo de 2008

¿Mi primera victoria?


Hace unos días, mientras viajaba rumbo a una comunidad al norte de Lima, me di cuenta que la simbiosis entre la música y la naturaleza, me produce un vértigo, absolutamente, placentero y sobretodo adictivo. Es decir, observo los paisajes, respiro muy hondo, contemplo extasiada la polvareda que flota en el camino, polvareda encantadora que evidencia la lucha entre las llantas y la trocha. Y, mientras ocurre esto, hilo las imágenes que se acumulan una tras otra en mi cabeza con Wake up de Arcade Fire, miro los árboles de naranjas y mandarinas y suena Young Folks de Peter Bjorn, descubro entonces que una sonrisa inmensa desafía la elasticidad de mi cara, y continua Nina Simone con I want a Little sugar in my bowl y Alvy Singer Big Band con Empezando a terminar.

Esta súbita proclividad a la felicidad es sostenida y recurrente en mis salidas al campo, y supera mis líos, preocupaciones y taquicardias. Solo, en esos instantes, soy consciente a cabalidad que por unos minutos, horas, incluso días, soy feliz. Pero, extrañamente, esta sensación sufrió esta vez un ligero traspié. Y el traspié o, mejor dicho, los traspiés tienen nombre, pumas. Sí, apenas entre en la comunidad de Santa Rosa, William y Lucio, dos pobladores de la zona se acercaron de inmediato, bastante preocupados, para confesarme que tres feroces pumas, tres bestias salvajes, se habían escapado hacía unas pocas horas del fundo “El Gran Chaparral”.

-Y “El gran Chaparral” ¿A cuántos kilómetros está? - claro que pregunté.

-A diez minutos. Pero no se preocupe, son como gatitos, les tira una piedra y se van, además, ya se comieron una oveja.

Solo pensé, una oveja entre tres pumas, vamos, es un canapé para esos “gatitos”.

Debo confesarles, sin embargo, y a riesgo de sonar estúpida, que por un momento una súbita valentía y un tonto sentido de responsabilidad me indicaron que debía continuar. Si mis amigos no se agitaban, porque tendría que hacerlo yo. Además, las posibilidades de que me topara en medio del campo con un puma, eran, eran…de nueve a uno. Nueve a uno, sí, nueve a uno. En ese preciso momento, se esfumó mi dosis de coraje. Quería largarme ya. Los ingenieros, poco observadores quizás, no se percataron de mi desencajado rostro.

-Señorita, espérenos un ratito aquí, que tenemos que revisar unas turbinas de la planta.

Yo asentí, no me quedaban palabras.

Me dejaban en medio del campo, por unos minutos, porque era más importante revisar las máquinas, a mí, a mí que me coma un puma, de seguro pensaron.

Pero diez minutos después, tras confundir el vaivén de los árboles con las pisadas de los pumas, el sonido de un riachuelo con sus salivosas fauces, el ataque de los mosquitos con sus delgados bigotes, regresé, ahí mismo, mientras mantenía la vista perdida en la perfecta geometría del valle, al estado de éxtasis inicial. Era demasiado hermoso aquel lugar, como para que tres pumas prefirieran reemplazar la vista del paisaje por un banquete, claro, en el que yo haría las veces del plato fuerte

Habían escapado al fin, dejado atrás el cautiverio, eran libres, y en medio de un suculento rebaño de ovejas, de esas lentas y sabrosas nubecitas, ¿Acaso podía calificar mi regordeta anatomía como plato de fondo? No lo creo.

Tomé entonces los audífonos y dejé una vez más que el verde intenso y abrumador ingresara a mis ojos al ritmo de What Katie did de The Libertines.

Por cierto ¿No es esta mi primera victoria? ¿La primera en este blog?


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